El testimonio de recuperación de un TCA
No recuerdo muy bien el momento exacto en el que el infierno llegó a mi vida. Podríamos decir que en tantos años vividos se fueron acumulando varias sensaciones, historias, etc. La gota que colmó el vaso apareció en el momento que se me ocurrió apuntarme a estudiar técnicas de masaje. Sonaba muy bonito y divertido, pero poco a poco las cosas comenzaron a tornarse en un gris bastante oscuro, casi negro.
Un día llegamos a clase y pidieron a dos personas voluntarias, así que allí me presenté, ¿por qué no? Nos pusieron sin ropa en mitad de clase y la actividad consistía en que los demás buscasen defectos en nuestro cuerpo. En buen momento me animé a salir al centro. Voces que se escuchaban entre risas: “mira, mira como le cuelga la piel”, “uy… qué muslos más flojos…” y un sinfín de palabros que se metían más y más en mi cabeza.
Ese fue el día en que todo lo que tenía dentro salió. Vomité el miedo, la tristeza y rasgué el desagrado que sentía por mis muslos, por mis piernas.
Día a día los síntomas se fueron agravando. La percepción de mi cuerpo comenzó a cambiar y comencé a ver todo grande, ¡muy grande! Era pánico lo que sentía al mirarme al espejo y pensar que había que salir a la calle, que tenía que comer… era una lucha titánica. No me soportaba.
Estuve años sin decir nada en casa. Mi pareja de entonces me animaba a acudir a terapia. Yo, mientras tanto, engañaba a mis padres y abuela, pues no les decía que estaba en terapia, no quería hacerles sufrir; no se lo merecían.
Dulces, fritos, salados… todo de manera industrial me lo metía entre pecho y espalda; después llegaban los remordimientos, laxantes, vómitos… una tormenta interior.
Saqué el valor, no sé muy bien de dónde, y lo dije. Entre llantos y sin saber muy bien cómo hacerlo, lo dije: “Tengo anorexia y bulimia y estoy en terapia, LO SIENTO”.
Sentimientos encontrados, subida de peso, comer, el duende malo diciendo que no estaba bien seguir peleando por recuperarme, la otra vocecilla que me decía que todo iba a salir bien… así que me armé de valor y luché. Día a día era una nueva batalla, nada fácil por ganar, pero cada día me levantaba con la armadura puesta y ¡a por todas!
Y ahora, a día de hoy, es el día en el que puedo decir que estoy recuperada, que todo lo que sufrí valió la pena porque ahora soy así por todo lo pasado y vivido. Gracias a mis padres y mi abuela pude con esto y al resto de gente que estuvo a mi lado.
Recuperarse de un TCA es posible. La recuperación existe, ¡se puede salir!