Hablemos de ética

No es baladí que hablemos de ética. Seguramente, nos encontramos con más necesidad que nunca de recuperar lo esencial, la mirada ética que ante todo pone a las personas en el centro.

La ética nos aporta humildad, amabilidad, generosidad, paciencia y, sobre todo, capacidad para no juzgar. Nos hace personas más reflexivas, con mayor tolerancia a la incertidumbre y con mayor capacidad de indignación ante las injusticias. Nos aporta prudencia. 

La ética es el discurso del deber, es comprometerse… porque tenemos una labor de transformación social. Y, por eso, hoy más que nunca necesitamos mucha competencia técnica, pero también muchas disposiciones morales para justificar lo que hacemos y lo que no hacemos.

La sociedad es cada vez más plural y requiere incorporar los valores éticos del respeto a la dignidad, la autonomía y los derechos de las personas, un verdadero ejercicio de responsabilidad y compromiso. Y este es el modelo de organización que nos debe caracterizar: responsabilidad, justicia y solidaridad. 

La responsabilidad exige crear capacidades. Tenemos que cultivar la solidaridad y la justicia con mucha inversión en educación, porque necesitamos una comunidad solidaria, pero una solidaridad enraizada, no una solidaridad de actos públicos y campañas.

Constatamos un aumento de la aporofobia, la gerontofobia, y otros tipos de discriminación que suponen un verdadero atentado contra la dignidad de las personas más vulnerables y que debilitan la necesaria cohesión social. En este entramado, las dos grandes virtudes de una ética ciudadana son la justicia y la compasión. Y, una ética de la justicia y la compasión no deja lugar para el odio, el rechazo, el desprecio, que genera tantas víctimas en tantos lugares. 

Dice Adela Cortina (2017) que “educar para nuestro tiempo exige formar ciudadanos compasivos, capaces de asumir la perspectiva de los que sufren, pero sobre todo de comprometerse con ellos”.

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