Empatizar con padres y madres

Mi primer artículo publicado en esta revista lo escribí haciendo el curso de monitorado en el tiempo libre de la EDE, y después he escrito en múltiples ocasiones como monitor, unos años como redactor, desde un cargo del movimiento y hasta un editorial como mesa de fe de EE. Entiendo que si esta revista me ha acompañado a lo largo de los últimos años de mi vida, es un paso natural que ahora escriba algo como padre. No se trata de compartir mi inexperiencia, sino de invitaros al cambio de perspectiva.

Yo, que siempre he estado del lado del monitorado, sé por experiencia propia que tendemos a la crítica con algunos padres y madres. Criticamos a quienes sobreprotegen a sus hijos e hijas y nos fríen a llamadas con la menor estupidez, criticamos a quienes nos plantan a sus retoños en el grupo y se desentienden, criticamos a quienes les consienten que no coman un determinado alimento, criticamos a quienes sacan pegas de todo lo que hacemos, y a quienes no se fijan ni interesan en nada de lo que hacemos, repetimos incansablemente el “de tal palo tal astilla” con cada pequeño desastre de chaval a imagen y semejanza de sus progenitores…podría seguir hasta la extenuación con esta lista de críticas más o menos burlonas, que deslizamos a la menor ocasión acerca de algunos padres y madres de nuestros grupos.

Creo que el núcleo de la crítica está en lo poco valorados que nos sentimos a veces en nuestros esfuerzos voluntarios, en la importancia de la labor que desarrollamos, y en que nos sentimos como quienes desarrollan un papel secundario.

Pues bien, yo apenas llevo unos meses en esto de ser padre, y en el sorteo me ha tocado una hija maravillosa, y aún así acumulo sueño, cansancio, preocupaciones: la ropa, la alimentación, el pediatra, la matrícula de la guarde, conciliar horarios,…aquí no hay desconexión posible, y el resto de facetas de mi vida no se paran. ¡Y esto sólo acaba de empezar! como suele repetir mi madre: “a niños pequeños, problemas pequeños, a niños grandes, problemas grandes”.

Por ello, y con años de antelación, voy haciendo mi lista de deseos: cuando se me olvide pagar a tiempo la cuota de mi hija en el grupo, excusadme. Cuando llegue tarde a recogerla de una salida, excusadme. Cuando pidáis ayuda para algo y no responda, excusadme (a saber qué semana he tenido). Si pierdo la batalla con mi hija por la lechuga o el tomate, solo puedo prometer haber luchado con todas mis fuerzas, pero no puedo prometer que éstas sean las necesarias. Y así con todo.

La educación es una tarea titánica en la que los distintos agentes estamos llamados a colaborar en favor de la chavalería. A los padres y madres les pedimos compromiso, y empatía. Pues de vuestra parte se necesita lo mismo, y como está claro que el compromiso lo ponéis, sólo os invito a tener más empatía. Entiendo lo difícil que es para alguien de veinte años ponerse en el pellejo de las responsabilidades y cargas de padres y madres, pero es que esto de la paternidad es una carrera de fondo llena de obstáculos, y en ella os necesitamos de aliados, y no apuntando con la escopeta cargada de todo lo que hacemos o haremos mal. Lo mismo que no existe el monitor o monitora total, tampoco la madre perfecta o el padre modelo, y aunque nos hayamos cruzado con alguno que se acerque, las comparaciones son odiosas, e ignoramos las circunstancias que están condicionando la realidad de cada cual. La empatía y la ternura nunca están de más. Aquí os dejo, abruptamente, que mi hija se despierta, y se me acaba la tregua.

 

Partekatu!