EL GÉNERO TRAGEDIA
El secretario general de la ONU, António Guterres, ha hecho un llamamiento a un alto el fuego global para que todos los países se centren en “la verdadera lucha de nuestras vidas”. Ha dicho que el enemigo común es el COVID-19. En este caos global en el que los países más poderosos condicionan la vida de los pueblos desde la economía y los ejércitos, suena a débil ese grito, o esa súplica: «Un alto el fuego mundial” porque hoy la lucha contra la enfermedad es «la verdadera lucha de nuestras vidas”. «Silencien las armas, detengan la artillería, pongan fin a los ataques aéreos». Está muy bien la llamada de atención, pero Afganistán, Siria, Irak, Yemen, Sudán del Sur, Somalia… tienen poblaciones frágiles con más de quince millones de personas desplazadas. ¿Qué esperanza se puede originar con esta llamada que no habrán podido oír siquiera? Entre la torturada población Siria, después de nueve años de guerra y un país devastado, se ha detectado un primer caso de Coronavirus. ¿Nos preocupa que en medio de ese sufrimiento invisibilizado el virus enriace y se comunique entre contendientes? Tenemos el privilegio de poder ser personas aisladas en nuestros domicilios y el Coronavirus es nuestra lucha, pero no es «la verdadera lucha de sus vidas». Según la FAO, en todo el mundo mueren de hambre al día 25.000 personas, añadamos las innumerables muertes producidas por las guerras, pero los miembros del Consejo de Seguridad de la ONU, que son los países más poderosos, tienen el contador a cero en ese tema. En el caos no hay kits de detección del virus, ni respiradores, ni domicilios aislados para controlar una epidemia. La naturaleza nos ha respondido con sonrisas resolviendo ciertos problemas de polución atmosférica en China y de las aguas en Venecia, pero quizá en su grito de dolor veamos otras inesperadas tragedias. Ya se habla de un fondo internacional de donantes para poder atajar el virus en países abrumados por el hambre y las guerras, pero no se dice que como la transmisión es multidireccional, nos preocupa que si la epidemia se mantiene en determinadas zonas, pueda regresar como un virus bumerang que no conoce fronteras. Y quizá nos sirva la tragedia para reflexionar, como le sucedió al pensamiento griego creando el género tragedia.