Leer, comprobar, compartir
Entro a Twitter, Facebook o Instagram y repaso las últimas novedades en la vida de mis amigos. Fotos de comida, de paisajes espectaculares enmarcados en un selfie… Aunque hay veces que este tipo de publicaciones no son las que me interesan.
Sí, soy periodista y utilizo las redes sociales como una herramienta de trabajo. Esconden historias y denuncias que se escapan a los canales que utilizan los medios de comunicación. Pero no todo vale.
Hace algunos años nos dijeron que cualquiera con un teléfono móvil y una red social podía ejercer de periodista. ¿Cuál es el resultado? Pues que vivimos en la época de la desinformación, de las ‘fake news’.
¿Cómo hemos llegado hasta aquí? La democratización de internet hace que cualquiera pueda publicar con mejor o peor intención. Nuestra labor como usuarios es juzgarlo y darle o no validez, aunque en ocasiones no somos suficientemente exigentes.
Los medios tradicionales tampoco están libres de culpa. Prefieren la rapidez a la profundidad, ser los primeros en publicar y que no te puedas resistir al clickbait. Han perdido credibilidad y han dado alas a la mentira y a la manipulación.
No todo es tan negro. Sigue habiendo buenos profesionales, noticias con datos contrastados y con el espíritu de informar y no de engañar. Cada vez son menos y, para colmo, las queremos gratis. El reto está en no quedarnos en la superficie, en ser críticos con lo que leemos, en contrastar, en buscar más fuentes…
No sé cuántas mentiras tenemos que tragar para exigir a las plataformas filtros que persigan este tipo de publicaciones. Pero sí que estoy seguro de una cosa, de que la realidad no cabe en un titular.