La Iglesia abierta

Por Manu Basanta

Encargado de fe de EEB

A raíz de lo sucedido en Navarra, y a partir de mi experiencia acompañando a los grupos de Bizkaia a lo largo de estos años, me surgía la necesidad de compartir mis reflexiones sobre las posibilidades pastorales del escultismo, y el error más común a la hora de afrontarlo.

El movimiento eskaut, dentro de la Iglesia es un movimiento de frontera, y como en toda frontera, hay gente que se sitúa a un lado, hay gente que se sitúa al otro, y hay gente incluso cruzando la línea. Por traducir, tenemos familias que son parte activa de la comunidad y tienen una identidad cristiana clara, tenemos familias que fueron y se alejaron, y otras que se han acercado a las parroquias gracias al grupo eskaut de su barrio, a pesar de que nunca se sintieron identificadas con la Iglesia. Nuestros grupos les acogen por igual, porque somos Iglesia abierta.

Somos un movimiento intergeneracional, nuestros chavales entran con ocho años, y son acompañados por sus monitores hasta los dieciocho o diecinueve años. Lo más bonito e imperfecto de todo, es que ese monitorado, joven, comprometido e inquieto, mientras acompaña está viviendo, no sin dificultades, su propio proceso de maduración personal. Las familias también tienen su lugar, los padres y madres son un pilar de nuestros grupos, no somos guarderías donde dejar a sus hijos, aunque haya quienes lo intenten. Queremos hacernos corresponsables de su educación, no queremos eludir el diálogo y el encuentro con ellos, sino construir juntos familia – comunidad eclesial – barrio/pueblo.

Con esta ventana de posibilidad tan seductora desde un punto de vista pastoral, la pregunta es quién asume la enorme responsabilidad de este reto. Me hastía ver cómo demasiados agentes de pastoral dejan esta responsabilidad sobre los hombros de los monitores, de esos mismos chavales de veinte años que viven en la frontera eclesial, y cuyo proceso de maduración personal baila entre caminos serpenteantes. Me duele ver demasiado a menudo casos de abandono a su suerte durante años sin acompañar, que derivan como es natural, en el deterioro de los procesos y de la identidad eclesial de esos grupos. Entonces de pronto nos plantamos ante el equipo de monitores, no desde la ternura y la afectividad, no con intención de seducir y entrar a acompañar, sino desde la exigencia, para echarles en cara todo lo que hacen mal.

A esa gente que entiende que la Iglesia consiste en enseñar la salida a quienes no están cortados por un mismo patrón, me gustaría explicarle que el acompañamiento pastoral no se hace por wifi, y que la misión no consiste solo en la evangelización de la gente ya convencida. El acompañamiento pastoral, y más con jóvenes, y más en el escultismo, requiere tiempo, escucha, paciencia, y poner mucho corazón, y todo eso, sin duda, antes de poder negociar estrategias pastorales.

Partekatu!

La Iglesia abierta

Por Manu Basanta

Encargado de fe de EEB

A raíz de lo sucedido en Navarra, y a partir de mi experiencia acompañando a los grupos de Bizkaia a lo largo de estos años, me surgía la necesidad de compartir mis reflexiones sobre las posibilidades pastorales del escultismo, y el error más común a la hora de afrontarlo.

El movimiento eskaut, dentro de la Iglesia es un movimiento de frontera, y como en toda frontera, hay gente que se sitúa a un lado, hay gente que se sitúa al otro, y hay gente incluso cruzando la línea. Por traducir, tenemos familias que son parte activa de la comunidad y tienen una identidad cristiana clara, tenemos familias que fueron y se alejaron, y otras que se han acercado a las parroquias gracias al grupo eskaut de su barrio, a pesar de que nunca se sintieron identificadas con la Iglesia. Nuestros grupos les acogen por igual, porque somos Iglesia abierta.

Somos un movimiento intergeneracional, nuestros chavales entran con ocho años, y son acompañados por sus monitores hasta los dieciocho o diecinueve años. Lo más bonito e imperfecto de todo, es que ese monitorado, joven, comprometido e inquieto, mientras acompaña está viviendo, no sin dificultades, su propio proceso de maduración personal. Las familias también tienen su lugar, los padres y madres son un pilar de nuestros grupos, no somos guarderías donde dejar a sus hijos, aunque haya quienes lo intenten. Queremos hacernos corresponsables de su educación, no queremos eludir el diálogo y el encuentro con ellos, sino construir juntos familia – comunidad eclesial – barrio/pueblo.

Con esta ventana de posibilidad tan seductora desde un punto de vista pastoral, la pregunta es quién asume la enorme responsabilidad de este reto. Me hastía ver cómo demasiados agentes de pastoral dejan esta responsabilidad sobre los hombros de los monitores, de esos mismos chavales de veinte años que viven en la frontera eclesial, y cuyo proceso de maduración personal baila entre caminos serpenteantes. Me duele ver demasiado a menudo casos de abandono a su suerte durante años sin acompañar, que derivan como es natural, en el deterioro de los procesos y de la identidad eclesial de esos grupos. Entonces de pronto nos plantamos ante el equipo de monitores, no desde la ternura y la afectividad, no con intención de seducir y entrar a acompañar, sino desde la exigencia, para echarles en cara todo lo que hacen mal.

A esa gente que entiende que la Iglesia consiste en enseñar la salida a quienes no están cortados por un mismo patrón, me gustaría explicarle que el acompañamiento pastoral no se hace por wifi, y que la misión no consiste solo en la evangelización de la gente ya convencida. El acompañamiento pastoral, y más con jóvenes, y más en el escultismo, requiere tiempo, escucha, paciencia, y poner mucho corazón, y todo eso, sin duda, antes de poder negociar estrategias pastorales.

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