Más feminismo

Los datos del pasado enero del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) revelaron que el paro, la clase política, el fraude y la corrupción continuaban como los principales problemas para la sociedad. Además, se disparaba la preocupación por la inmigración. Hay que bajar mucho más abajo para encontrar los problemas de índole social, como la violencia machista. A pesar de que el desasosiego por esta lacra aumenta del 2,1 al 2,4%, queda relegada como una preocupación menor. 

La sociedad no da la importancia que debiera a este problema y, hasta que no toca de cerca, parece que no interiorizamos que todas las mujeres están expuestas a él. Las agresiones sexuales y los abusos sexuales siguen cometiéndose a diario en todos los ámbitos en los que se mueven las mujeres. Muchas veces incluso con cierta impunidad y con sentencias incomprensibles, como la que se dictó en el caso de ‘La Manada’, que está ahora pendiente del pronunciamiento del Tribunal Supremo después de que todas las partes recurriesen el auto del Tribunal Superior de Justicia de Navarra. 

La Justicia precisa una buena dosis de formación feminista y herramientas para castigar conductas machistas. Es necesario establecer protocolos efectivos, rigurosos y transparentes que eviten que estos delitos vuelvan a cometerse. Los casos de abusos sexuales contra niños y adolescentes son particularmente graves, pero tampoco se pueden pasar por alto las numerosas agresiones cometidas contra mujeres mayores de edad en situaciones de inferioridad social, psicológica o jerárquica. 

La violencia sexual es una vulneración de los derechos humanos, tal y como establece la Organización Mundial de la Salud (OMS), a la que sigue el Convenio de Estambul. ¿Por qué el Código Penal no lo hace? Porque los estereotipos y patrones de género están también en el discurso jurídico. Así, los tribunales se convierten en otro actor más para la construcción de identidades culturales del hombre y de la mujer y de su subordinación social. 

Esa discriminación hacia las mujeres también puede llegar a la clase política e instituciones, si se baja la guardia. A lo largo de estos años se han logrado numerosas medidas para proteger a la mujer, pero sin olvidar el reguero de decenas de mujeres violentadas y, en el peor de los casos, asesinadas. No obstante, los avances en prestaciones sociales, concienciación y educación de estos últimos años desgraciadamente corren peligro. Sobre todo, debido a los mensajes populistas y a los datos sin contrastar de la era de la posverdad. El auge de formaciones extremistas, que ha vuelto a poner en boca de la sociedad el desfasado término violencia doméstica para incluir la violencia machista junto con el resto de violencias en el hogar, no hace más que contaminar el discurso feminista que tanto necesita la sociedad. 

La población tiene la responsabilidad de estar más que nunca unida respecto a este tema de vital importancia. Entiéndase vital de forma literal. La fuerza social, junto con el apoyo de las instituciones, la Justicia, los educadores, los medios de comunicación y demás garantes de un sistema democrático y justo, debe continuar en esta lucha diaria que ya se inició prematuramente en la Revolución Francesa. 

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